Detransicionadores: breve estado del arte

Juan Pablo Rojas
Juan Pablo Rojas

Psicólogo y doctor en Humanidades por la Universidad Abat Oliba.

Se denominan “detransicionadores” [detransitioners] o casos de “detransición” [detransition] las personas que, después realizar un proceso de transición de género en el ámbito social, hormonal o quirúrgico, han decidido revertirlo total o parcialmente. Esta decisión va acompañada usualmente de algún cambio en la identidad sexual que suprime la disforia de género que provocó el proceso de transición (Pazos Guerra et al., 2020; Expósito-Campos, 2021).

En la literatura científica hay escasas referencias al fenómeno. Es cierto que esta posibilidad ha sido expuesta al menos desde hace una treintena de años (cf. Pfafflin, 1993), sin embargo, aún sigue siendo muy poco conocida. En la última década casi no hay estudios relacionados con el tema. Recién el 2018 reaparecen publicaciones enfocadas en lo que también se denomina “arrepentimientos” [regrets]. Paralelamente, también a partir de 2018, se puede observar en medios de comunicación social (como YouTube) una expansiva proliferación de testimonios de personas compartiendo sus procesos de detransición, levantándose una cierta animadversión de parte de miembros activos de la comunidad LGBTIQ+. Pareciera que ellos ven este tipo de testimonios como una traición, a la vez que un cuestionamiento mediático hacia los diagnósticos y tratamientos transafirmativos (ver análisis del tema en los medios de comunicación en Slothouber, 2020).

Es importante diferenciar entre “detransitadores” y los denominados “desistentes” [desisters] (Expósito-Campos, 2021). Estos últimos son niños o adolescentes que, cumpliendo con todos los criterios de disforia de género, en algún momento de su vida dejan de sentirse incongruentes con su sexo biológico y se identifican con él, sin haber comenzado antes un proceso de transición. Varios estudios cifran en alrededor de un 80% el caso de los niños y adolescentes que desisten de una transidentificación -Hines (2015) cifra el porcentaje de desistencia en un 16%-. En cambio, “detransicionadores” son aquellos que persistieron en su disforia de género, realizaron transición social o médica, y luego de eso desearon revertir tales medidas. Los estudios actuales cifran en alrededor de un 1% este tipo de casos, aunque también se admite que este porcentaje podría estar subestimado (Pazos Guerra et al., 2020).

No se ha postulado a la fecha una causalidad única para este fenómeno. Sin embargo, se han sugerido varios factores que podrían explicarlo.

Levine (2018) presenta el caso clínico de un paciente (53 años) que después de 31 años viviendo como mujer decidió volver a vivir como un hombre. Es uno de los primeros casos de detransición descritos en la literatura científica que no involucró intervención quirúrgica -la mayor parte de los casos previamente descritos o estudiados es acerca de individuos que se arrepintieron después de la transición médica-. Elocuentes son las palabras con las cuales el paciente reflexiona sobre su motivación para hacer un proceso de transición de género en el pasado: “dejé la masculinidad porque no me sentía auténticamente un hombre, sólo para sentirme inauténticamente como mujer”. Levine considera que la transición de su paciente comenzó primero como una simple imaginación de una vida mejor siendo del sexo opuesto. Luego, el acto adolescente de imaginación se convirtió en una convicción donde la nueva identidad pasó a ser el aspecto más importante de la vida. También advierte la influencia de los contenidos recibidos mediante internet.

Withers (2020), en su estudio de casos clínicos plantea que la medicalización transgénero puede constituir un intento de evadir la angustia, tanto para los pacientes como para los terapeutas. De parte de los pacientes, la angustia evitada podría provenir de afectos desregulados asociados a experiencias de trauma en el apego, de abuso infantil y de sentimientos sexuales ajenos al ego. De parte de los terapeutas, lo evitado serían sentimientos contratransferenciales de miedo u odio, junto con el temor a ser estigmatizados como “transfóbicos”.

Una investigación española (Pazos Guerra et al., 2020) publicada hace menos de seis meses, que estudió algunos casos surgidos dentro en la Unidad de Identidad de Género del Hospital Universitario Doctor Peset -Valencia, España-, concluye que “una incorrecta evaluación y recurrir a la medicalización como la única vía de mejora de la disforia en algunos jóvenes puede conducir a posteriores detransiciones”. El mismo estudio sugiere algunos lineamientos clínicos generales para evitar los arrepentimientos, tales como animar a los individuos con disforia de género a explorar todas las opciones posibles antes de iniciar la medicalización, incentivar un tiempo prudente de transición social previa a las intervenciones médicas, considerar la influencia de medios de comunicación social que pudieran estar transmitiendo modelos fuertemente binarios (ver también en Entwistle 2020), evaluar si acaso pudiera tratarse de una confusión entre identidad y orientación sexual, descartar que el cuadro pueda deberse a algún desorden psiquiátrico concomitante y trabajar siempre en equipos multidisciplinarios. Se sugiere poner atención especial a factores de riesgo tales como un sentimiento de género no binario, la aparición tardía y veloz de la percepción de identidad, una disforia de baja intensidad y la presencia de otros trastornos psicológicos descompensados.

Como se puede ver, el conocimiento del proceso de detransición se encuentra en estado incipiente. No obstante, es importante seguir avanzando en una apropiada comprensión de este fenómeno, por tres motivos. En primer lugar, porque nos acerca a la comprensión de los factores que conducen a ella, permitiéndonos prevenir futuros arrepentimientos -en otras palabras, evitando “falsos positivos” (Marchiano, 2017)-. Segundo, porque plantea la necesidad urgente de mejorar los protocolos de diagnóstico de niños y adolescentes que presentan temática de género, y de ofrecer alternativas de  intervención previas a la medicalización. Finalmente, porque arroja luz acerca del proceso de los propios detransicionadores (ver Hildebrand-Chupp, 2020), favoreciéndonos el entendimiento de las medidas que facilitan su recuperación psicológica y una apropiada inserción con empatía dentro de la sociedad.